Nara: Ciervos y templos

Nara es otro de los destinos obligatorios en un recorrido por Japón. Situado a muy poca distancia tanto de Osaka como de Kyoto, sus pagodas, templos y bosques repletos de cervatillos hacen las delicias de todos los visitantes en un lugar que nos deja marcada la imagen del templo Todai-ji y las impresionantes estatuas de Buda que alberga.

Que Nara es un lugar turístico salta a la vista en cuanto nos encontramos una oficina de información turística dentro de la estación, otra junto a su entrada y otra más 300 metros más adelante, en dirección ya al parque que alberga la principal parte de los monumentos de la ciudad. Eso por no hablar de los numerosos grupos de turistas que, cámara en mano, se mueven en el entorno de la estación.

A ello contribuye, sin duda, los restos que quedan del periodo medieval, cuando fue la capital del país; pero también la proximidad de ciudades tan importantes como Osaka o Kyoto, de las que le llegan buena parte de sus visitantes. Tanto desde una como otra se puede llegar muy cómodamente en tren de cercanías, en un trayecto de alrededor de una hora –el tiempo depende de si se toman los trenes con más o menos paradas-. El billete, como toda la red de cercanías del JR en ambas ciudades, está incluido dentro del Japan Rail Pass, pero también resulta muy asequible si no se dispone de este pase.

Mirándolo con más calma, la Wikipedia me avisa que la ciudad de Nara está hermanada con Toledo. No se me ocurre una mejor comparación con una ciudad española: un importantísimo patrimonio histórico, un papel importante en la historia, la política y la religión del país y riadas de turistas que llegan de los importantes núcleos urbanos de sus proximidades.

Nara, como ciudad, no es excesivamente grande comparada con otras ciudades de Japón y las calles entre la estación de ferrocarril y el parque donde se ubican los principales monumentos son básicamente calles de paso con tiendas muy enfocadas al turismo.

Sin embargo, cuando nos dirigimos al este de la ciudad y nos encontramos con su gran parque es el momento en el que realmente nos damos cuenta de que estamos ante un lugar especial al que tenemos que dedicarle una mañana o una tarde para disfrutar con calma.

Los ciervos de Nara

Los primeros que nos lo hacen saber son los primeros ciervos que nos encontramos por el camino. Nosotros los habíamos visto ya en la isla de Miyajima, pero a muchos visitantes que no hayan tenido esa experiencia encontrarse de repente con cervatillos sueltos en mitad de la calle les parece algo propio de un cuento de hadas.

Los centenares de ciervos de Nara campan a sus anchas por todo el parque, en solitario o en grupo, y su principal ocupación y forma de vida es sacarle a los turistas toda la comida que puedan. Esto supone que, a diferencia de los mansos y tranquilos cervatillos de Miyajima, los de Nara se lanzan al acoso y derribo del turista que creen que puede llevar algo de comida para ellos. Y, por una vez, las palabras acoso y derribo hay que tomarlas en el sentido literal del término y no en el figurado.

Ciervos en Nara

Cervatillos comiendo de la mano de un turista en Nara

A ello contribuyen, sin duda alguna, los numerosos vendedores ambulantes de pequeños paquetitos de galletas –similares a obleas- ideales para dar a comer a los ciervos. No son excesivamente grandes, pero por 100 yenes podemos permitirnos el lujo de que los ciervos se acerquen y coman de nuestra mano. El problema es que, habitualmente, los ciervos las huelen antes incluso de que se las pongamos delante y vienen a arrebatárnoslas. Eso por no hablar de cuando encontramos a un cervatillo con cara de bueno, sacamos las galletas y- de repente y de la nada- aparecen tres o cuatro por todas direcciones empujándote con el hocico para ver qué pueden sacar.

Pero “los ataques de los bambis mendicantes” y los ocasionales ataques de pánico que pueden producir en algunos turistas, no impiden que estos ciervos de la raza sika, considerados como animales sagrados desde hace siglos sean los auténticos protagonistas del lugar. Nara no sería lo mismo sin ellos.

Los templos de Nara

El parque del este de la ciudad alberga la práctica totalidad de los monumentos de interés, entre ellos los ocho templos, palacios y ruinas que forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Entre ellos, pagodas y templos como los de Yakusi-ji, Kofuku-ji o Saidai-ji, o el pequeño monasterio de Kasuga.

Nara

La pagoda de Kofuku-ji, en Nara

Sin embargo, todos ellos quedan eclipsados por la enormidad del templo de Todai-ji y sus enormes estatuas de Buda.

En un artículo anterior había comentado que llega un momento en que todos los templos budistas parecen iguales. Éste, no. Sin duda. Éste es un templo para recordar. Primero, por el marco en el que se encuentra, rodeado del parque y los ciervos; pero, posteriormente, por su gran tamaño, altura y las esculturas de su interior.

Nara

El templo Todai-ji, el más importante de los que hay en Nara

El templo se encuentra en el interior de un recinto cerrado en el que destaca una gran explanada con césped. Son unos 200 metros hasta las escaleras de entrada del templo y el incensario de la parte superior, donde muchos fieles colocan barritas de incienso y remueven con las manos el humo que generan.

Nara

Incensario a la entrada del templo de Todai-ji

Tras él, la entrada, muchas veces colapsada por visitantes que se quedan impresionados con la estampa frontal del Buda (Daibutsu) de casi 15 metros de altura y más de 500 toneladas de peso.

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Daibutsu, enorme estatua de Buda en el templo de Todai-ji

Lejos de verla sólo desde la parte frontal, como en algunos otros templos del país, podemos adentrarnos en el templo –del que se dice que es el mayor edificio construido íntegramente en madera de todo el mundo-, rodear la estatua y encontrarnos con otras esculturas algo menores, pero igualmente llamativas.

Así como dijimos al hablar de algunos de los templos de Kyoto que quizá en alguno de ellos podríamos ahorrarnos la entrada y disfrutar de las vistas desde el exterior y, quizá en Nara podemos ahorrarnos también la entrada a algún pequeño templo o pagoda de la entrada del parque, el templo de Todai-ji es visita obligatoria y será recordado por quien lo visite como uno de los puntos más importantes de su viaje.

Nara

Parque de Nara

Desde allí, podemos internarnos por el parque, dejando atrás el Museo Nacional y su interminable cola –al menos la mañana en que lo visitamos- y acercándonos hacia el tupido bosque a través del que se accede al monasterio de Kasuga. Pequeño, pero muy coqueto con sus toriis de color naranja vivo con sus faroles colgados, sus monjes que aparecen de vez en cuando por los recovecos de algún edificio y las familias vestidas de ceremonia que se acercan hasta él en un día de fiesta.

Nara

Monasterio de Kasuga

De ahí, a desandar el recorrido hacia la estación, caminando nuevamente entre familias de ciervos y riadas de visitantes hasta cruzar una calle con una llamativa señal de cruce de animales que nos deja ya en las calles de la tranquila Nara y en la concurrida estación que nos llevará a disfrutar de la noche de nueva parada de nuestro viaje: la bulliciosa Osaka.

Continúa el viaje a Japón – Osaka: La ciudad que nos conquistó desde las alturas.

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