Paisajes urbanos, paisajes humanos

A la hora de hablar de algunas ciudades, barrios o lugares; hay personas que se asocian de modo tan importante a la imagen urbana que, de una manera u otra, forman parte de ella. Personajes que, a veces sin ser conocidos por su nombre o habiendo conseguido cierta fama o relevancia, sobresalen del anonimato de las grandes ciudades y son conocidos, reconocimos y- muchas veces- apreciados y queridos.

Es un reconocimiento al papel que tienen en la imagen de una ciudad todas aquellas personas que durante muchos años han ocupado un lugar físico en sus calles, plazas, eventos o establecimientos. Aquellas personas como el vendedor de pañuelos de papel que trabajaba en un semáforo frente a mi colegio y al que, quince años después de salir de allí volví a ver en el mismo lugar; el hombre que vendía los chicles en la salida del metro de Ciudad Universitaria en mis años de la Facultad haciendo famoso el soniquete de «tres paquetes, cien…».

Personas que, pueden llevar toda la vida en un mismo sitio, o aparecer en un evento determinado como el señor que se disfraza y se pasea por el salón de loterías el día del Sorteo Extraordinario de Navidad.

Algunos pasaron de ser una imagen a tener un nombre. Yendo más atrás en mi infancia, me viene a la cabeza el mítico Pirulo, con su puesto de cromos en el Parque del Retiro en el que ya compraban e intercambiaban los padres de mis compañeros de colegio y se convirtió en una institución para la infancia madrileña. Y tampoco conviene olvidar como un camarero de mediados del siglo XX convirtió su nombre en toda una referencia de la ciudad de Madrid: Chicote.

Para los que conocemos la Universidad de Coimbra es el caso también del mito del señor Coelho, camarero responsable del bar de la Asociación Académica de Coimbra durante más de 20 años, de quien se comentaba entre los Erasmus -nunca averigüé si de verdad o como leyenda urbana- que se había presentado en una ocasión como candidato a la Presidencia de la República Portuguesa y había llegado a sacar un buen puñado de votos.

Incluso como turista hay personas que te llaman la atención en el paisaje urbano de una ciudad desde un primer momento como la señora mayor ataviada con una especie de bombín que bailaba de modo muy personal la música de un radiocassette en una plaza de Riga o los alegres parroquianos groenlandeses de algún bar del peculiar barrio de Christiania, en Copenhague.

La historia de José Mestre

Esta reflexión me llega tras mi última visita a Lisboa- ciudad donde viví un tiempo-, en la que tuve la oportunidad de conocer la historia de José Mestre, quien durante muchos años se ha ganado la vida mendigando en la plaza del Rossio de Lisboa y cuyo nombre había saltado a los medios por una complicada operación tras muchos años de ser uno de esos personajes anónimos, pero extraordinariamente conocidos en la ciudad.

José Mestre es una de esas personas que dejan huella en el paisaje urbano de una ciudad. Hasta hace un par de semanas, ni siquiera conocía su nombre, pero sabía perfectamente de quién se trataba. Creo que, como yo, muchos lisboetas de toda la vida o de adopción tampoco lo conocíamos. Sólo así se puede explicar que los medios de comunicación portugueses- desde el diario de referencia Público, hasta el tabloide Correio da Manha- le hayan denominado en los artículos que le han dedicado como «homem sem rostro» (hombre sin rostro, en español), más para que los millones de personas que le hemos visto alguna vez pudiéramos reconocer de quién se trataba que con ánimo despectivo.

Su historia es un tema delicado y es prácticamente imposible entrar en ella sin dar un paso en el sensacionalismo puro y duro, por lo que preferiría que la conocierais a través de este artículo en portugués del diario Público.

Leyendo los comentarios de los lectores de los medios de comunicación portugueses a esta historia llaman mucho la atención las reacciones de cariño y apoyo de los lisboetas que se han cruzado con él en cientos de paseos por la Baixa y el centro de la ciudad. Casi todos reconocen no haber cruzado nunca una palabra con él, pero de muchas de sus palabras se desprende aprecio y familiaridad. Es paradójico que la frialdad del trato diario que los paseantes le demuestran se convierta en palabras cálidas y amables a la hora de hablar de él como personaje público.

¿Podemos sentir cariño por una persona que no conocemos por el hecho de haberse convertido en parte de nuestra ciudad y del entorno que recorremos todos los días? ¿Realmente estimamos al personaje o al papel que representa en la ciudad?

Sirva esta pequeña reflexión como un homenaje a aquellas personas que forman parte del paisaje de nuestras ciudades. Algunos rayando en la marginalidad, en lo excéntrico, en la extrema sociabilidad o ganándose la vida de la manera que mejor han podido. Siempre a la vista de la gente, aunque a veces separados de ella por barreras invisibles.

¿Recuerdas a alguna persona que forme parte del paisaje urbano de tu ciudad o de tus viajes?

One Response to “Paisajes urbanos, paisajes humanos”

  1. Interesante artículo. Creo q son una riqueza, patrimonio incluso, esos personajes que configurar el paisaje, humano, en este caso, de las ciudades. En mi Pamplona natal hay unos cuantos (por ej, los castañeros, los vendedores del cupón de la ONCE), y en Madrid se me ocurren los jevitorros de Gran Via, el homeless de la agencia de Halcon Viajes en Princesa y, quizá, los limpiabotas de Gran Vía, aunque rostro-rostro ahora mismo no les pongo.

    abrazos